Padre Tomás Del Valle-Reyes

EL ÚLTIMO QUE CIERRE LA PUERTA




Padre Tomás Del Valle-Reyes

26 de Enero, 2011

Creo recordar que fue Rubén Darío quien afirmara aquello de que los únicos que se mueren en el mismo sitio que nacen son los árboles.

Y, a la verdad, cuando echamos una mirada somera a la historia de la Humanidad vemos que ha sido una de eternos movimientos, tanto personales como de masas.

El movimiento de personas ha solido girar en torno a dos realidades, la religiosa y la económica. A veces también la política ha jugado su papel, con lo cual podríamos entremezclarlas.

Desde el iraquí de Ur de Caldea, conocido en la tradición semita con el nombre de Abrahán, hasta el reciente procesador de pescado en las factorías de Alaska, religión economía y emigración han formado un coctel a veces explosivo, a veces grandioso, las más triste y desgraciado.

Muestra un desarraigo y un dolor.
El continente americano en los últimos quinientos veintitantos años ha sido uno que se ha convertido en receptor y acaparador de emigrantes.

Los europeos vieron el mar abierto para poder completar sus ansias de libertad religiosa, su bienestar económico, su construcción de unos mundos utópicos. La búsqueda de la eterna juventud y de la nueva tierra prometida llenó sus vidas.

Puerto Rico no fue una excepción. Antes de la llegada de los europeos los caribes y taínos habían hecho morada en la Isla. Los europeos comenzaron a poblar la Isla en el siglo XVI. Los africanos no tardaron en llegar. Total, para el siglo XIX ya teníamos tres de los cuatro pisos de cuales está formado el pueblo puertorriqueño. Los índices de natalidad se dispararon en la Isla en el XIX y comenzaron las emigraciones, los exilios, los viajes sin retorno los cuales no han terminado.

En el siglo pasado la Isla vivió diversos momentos de exilio/emigración. Se necesitaba mano de obra barata para llenar las factorías del país ya que los jóvenes americanos en edad de trabajar estaban luchando en los frentes de Europa y el Pacífico. Las décadas del cuarenta y del cincuenta vaciaron pueblos de Puerto Rico y llenaron factorías y Proyectos de Vivienda en Estados Unidos. Fue “La carreta” que llevaba su carga semanal de trabajadores boricuas al Norte. La década de los sesenta y setenta trajo una estabilidad en la emigración puertorriqueña hacia el Norte.

Se consolidaron los planes educativos y el nivel de vida en la Isla aumentó y se colocó entre los más altos de América Latina. Ya no era necesaria tanta emigración. Los puestos de los boricuas fueron ocupados por dominicanos, ecuatorianos, mexicanos, peruanos, colombianos… La economía americana necesitaba mano de obra barata para mantener sus niveles. A eso se unió la inestabilidad política en varios países y Estados Unidos era la tierra de la libertad y de las oportunidades. Y lentamente empezaron a abrirse rutas de llegada. Inseguridades políticas y económicas. Violencia de diverso género y el deseo innato del ser humano de ser feliz y vivir tranquilo. Los últimos diez años han sido de grandes cambios en la sociedad norteamericana . Ha crecido el sentimiento antiinmigrante y se vive ante el pánico del terrorismo.

Ello ha provocado varias reacciones. Una de ellas que ciertos emigrantes, sobre todo trabajadores del campo, que venían por períodos cortos de tiempo, al ver los problemas y dificultades para el libre tránsito, han decidido establecerse definitivamente en el país. Han empezado a formar familias.

Han invadido el país no por la frontera sino por las salas de partos de los hospitales y centros de salud. Este fenómeno tiene histéricos a los grupos supremacistas blancos, a todos aquellos que piensan que todo emigrante es un terrorista, un muerto de hambre, un traficante de drogas, un violador de sus mujeres, un tipo que mancha sus calles, que hace ruido y, que encima, es católico en su mayoría. Mientras tanto los inmigrantes hispanos se van ubicando por los sitios más insospechados y con planes de quedarse aquí… hasta que los echen. Y eso se va a tardar.

¿Y qué pasa con los puertorriqueños? La nueva emigración puertorriqueña a los Estados Unidos hay que verla en una doble perspectiva. Es enriquecedora y peligrosa. Ya no son “los más blancos de la raza negra” como se les conocía. Son los abogados, médicos, maestros, ingenieros que están calladamente ocupando sus puestos en la sociedad americana. Enriquecedora porque está emigrando toda una clase media, profesional en su inmensa mayoría.

Con unos niveles de educación que supera en muchos estados la media nacional. Las inversiones que las diversas administraciones puertorriqueñas han hecho en educación han dado como consecuencia que los niveles educativos y de alfabetización han producido una gran cantidad de profesionales. A eso se añade que al ser el puertorriqueño ciudadano americano, no tiene los problemas de la “migra” y la ilegalidad en los trabajos. Hay que pagarles lo estipulado por la ley para los ciudadanos americanos. Son diestros en inglés o lo aprenden rápido. Tan solo la emigración cubana en la década de los sesenta pudo superar a los puertorriqueños en este sentido educativo y de integración.

Es peligrosa esta emigración porque está dejando la Isla sin su clase media preparada. La gran riqueza de un país, en términos sociales, económicos y políticos la compone su clase media. Y esa está dejando la Isla. Se corre el peligro de que la Isla se convierta en un gran asilo de ancianos, dependiendo su población de ayudas gubernamentales y sin grandes horizontes.

La alargada sombra del mantengo se cierne de nuevo sobre la Isla. Puede convertirse también la Isla en un trampolín de indeseados traficantes y terroristas. Mejor que el último no se olvide de cerrar la puerta.

Tertuliasiglo21@aol.com