El Miércoles de Ceniza

El Miércoles de Ceniza??





Sentido Bíblico

Sinopsis: El miércoles de ceniza es el inicio de la cuaresma y el momento en que el católico se coloca una señal que representa el deber de penitencia y arrepentimiento de quienes algún día regresaremos a la tierra y queremos estar en paz con Dios.

Con el miércoles de ceniza comienza la cuaresma para los católicos. El acto de recibir en la frente la ceniza tiene claras referencias bíblicas, y es una invitación a la reflexión sobre nuestra vida, sobre la muerte y sobre el arrepentimiento que es agradable a Dios.

"El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.("Directorio sobre la piedad popular y la liturgia" de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos)

Exploremos los diferentes sentidos bíblicos de la ceniza.

La ceniza es señal de penitencia. Veamos esta bella oración de Daniel:

“Volví mi mirada hacia el Señor Dios para invocarlo en la oración y suplicarle por medio del ayuno, la penitencia y la ceniza. Le supliqué a Yavé, mi Dios y le hice esta confesión: “¡Ah, mi Señor, Dios grande y temible que conservas la alianza y tu misericordia con los que te aman y observan tus mandamientos!” (Dn 9, 3-4)

Así mismo, ceniza es símbolo de arrepentimiento y de luto.

“Y echando polvo sobre su cabeza, decían llorando y lamentándose: “¡Ay, ay de la Gran Ciudad, donde se hicieron muy ricos, gracias a su lujo, cuantos tenían naves en el mar! ¡En una hora ha quedado devastada!”(Ap 18, 19)

La ceniza también nos recuerda nuestra naturaleza finita, pues con polvo fuimos formados (Gn 2, 7) y en polvo volveremos a convertirnos (Gn 3, 19). Abraham, cuando suplica a Dios por el destino de Sodoma y Gomorra, empieza reconociendo su naturaleza contingente cuando dice a Dios:

“Sé que a lo mejor es un atrevimiento hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza…” (Gn 18, 27)

La ceniza es un signo de purificación:

“El que en el campo toque a alguien que haya muerto, o huesos humanos o una tumba, quedará impuro durante siete días. Para la purificación de esa persona, se tomará un poco de ceniza de la hoguera donde se hizo el sacrificio de expiación y se la vaciará en un vaso de agua. Luego un hombre puro tomará una ramita de hisopo, la sumergerá en el agua y rociará la tienda y a todos los objetos y personas que haya en ella; se hará lo mismo con el que tocó los huesos, al muerto o la tumba.” (Nm 19, 16-18)

La ceniza es signo también de la acción de Dios para recordar el llamado a su lado.

“ Por orden de Dios, un hombre de Dios llegó a Betel desde Judá cuando Jeroboam estaba junto al altar quemando el incienso. El hombre de Dios gritó en contra del altar por orden de Yavé: “¡Altar, altar, esto dice Yavé: nacerá en la casa de David un hijo de nombre Josías. Sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los Lugares Altos, a los que queman el incienso en ti, y se quemarán en ti huesos humanos”. Y ese mismo día dio esta señal: “Esta es la señal que les da Yavé: el altar se partirá y la ceniza que está encima se desparramará”. Cuando el rey Jeroboam escuchó esa maldición del hombre de Dios contra el altar de Betel, extendió la mano y ordenó: “¡Deténganlo!” Pero la mano que había extendido contra el hombre de Dios quedó tiesa y no pudo encogerla. El altar se rompió y la ceniza del altar se desparramó; esa era la señal que había dado el hombre de Dios por orden de Yavé.” (1 Re 13, 1-5).

La ceniza se emplea en la expiación a Dios por los pecados cometidos contra su santuario, contra su Iglesia, tan atacada en estos tiempos:

“Jerusalén despoblada era un desierto. Ninguno de sus hijos entraba allí, ni nadie tampoco salía, el santuario había sido pisoteado, extranjeros vivían en la ciudadela, que se había convertido en una guarida de paganos. En Jacob se habían acabado los bailes, y ya no se oía el sonido de la flauta ni de la lira. Todos se reunieron en Masfa, frente a Jerusalén, porque Masfa había sido antes un lugar de oración para Israel. Ese día ayunaron, se vistieron con sacos, se echaron ceniza en sus cabezas y rasgaron sus ropas.” (1 Ma 3, 45-46, ver también 1 Ma 4, 36-39, el pasaje donde está el origen de la fiesta judia de la Dedicación del templo)

La ceniza es uno de los más importantes signos de arrepentimiento como muestra Job cuando, al final de su terrible experiencia, se rinde finalmente de corazón a Dios hablándole así:

“…y hago penitencia sobre el polvo y la ceniza.” (Jb 42, 6)

Jesús alaba la conversión, ejemplificándola con la ceniza:

“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han realizado en ustedes, seguramente se habrían arrepentido, poniéndose vestidos de penitencia y cubriéndose de ceniza.” (Mt 11, 21)

Pero el arrepentimiento a que se refiere Nuestro Señor no es solamente “vestir” ceniza (colocarse la ceniza en la frente). Debe hacerse conversión de corazón. Yavé es radical en que no bastan los actos externos sino que se requieren actos que demuestren la conversión:

“Cómo debe ser el ayuno que me gusta, o el día en que el hombre se humilla? ¿Acaso se trata nada más que de doblar la cabeza como un junco o de acostarse sobre sacos y ceniza? ¿A eso llamas ayuno y día agradable a Yavé?¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo. Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano.” (Is 58, 5-7)

Como dice Pablo:

“La sangre de chivos y de toros y la ceniza de ternera, con la que se rocía a los que tienen alguna culpa, les dan tal vez una santidad y pureza externa, pero con toda seguridad la sangre de Cristo, que se ofreció a Dios por el Espíritu eterno como víctima sin mancha, purificará nuestra conciencia de las obras de muerte, para que sirvamos al Dios vivo.” (Hb 9,13-14)

Sin una conversión verdadera los actos de piedad o de culto pueden hacernos merecedores del título de hipócritas, porque no se puede faltar a la justicia, la misericordia y la fe. Así lo manifestó Jesús:

“¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes pagan el diezmo hasta sobre la menta, el anís y el comino, pero no cumplen la Ley en lo que realmente tiene peso: la justicia, la misericordia y la fe. Ahí está lo que ustedes debían poner por obra, sin descartar lo otro. ¡Guías ciegos! Ustedes cuelan un mosquito, pero se tragan un camello. ¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes purifican el exterior del plato y de la copa, después que la llenaron de robos y violencias. ¡Fariseo ciego! Purifica primero lo que está dentro, y después purificarás también el exterior. ” (Mt 23, 23-26)

Tampoco seamos fariseos en descargar nuestra conducta en los demás. Si otros cristianos actúan como hipócritas, no nos justifiquemos en ellos para incumplir nuestros deberes hacia Dios, porque Jesús "...recompensará a cada uno según su conducta" (Mt 16, 27).

Que el recuerdo del signo bíblico de la ceniza, pero sobrotodo su vivencia, nos conduzcan verdaderamente a Jesucristo.