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Los Libros Históricos: II Libro de los Macabeos


El Segundo libro de los Macabeos no es, como pudiera pensarse, la continuación del Primer libro de los Macabeos; es, en parte, una obra paralela, aunque más restringida. Gira alrededor de las hazañas de Judas, y se detiene en la victoria de este sobre Nicanor. Es decir, va aproximadamente desde el 180 hasta el 160 a.C.

No se conoce el nombre del autor. Este presenta su obra como un resumen de un escrito más amplio, de cinco volúmenes, compuesto por Jasón de Cirene, del que no se sabe mayor cosa. Tanto el original como el resumen se escribieron en griego.

El Segundo libro de los Macabeos comienza con dos cartas que los judíos de Jerusalén envían a los de Egipto. En ellas les exhortan a celebrar la fiesta de la Dedicación del Templo, instituida por Judas Macabeo.

La historia propiamente dicha comienza con un prefacio en que el autor explica sus intenciones y su método: con mucho trabajo ha resumido los cinco tomos de Jasón de Cirene. El autor del resumen añadió sin duda algunos elementos propios.

El telón de fondo de esta historia son los intentos de los reyes de la dinastía seléucida (especialmente Antíoco IV) de imponer la cultura y religión griegas en Israel, con el apoyo de algunos judíos, y la lucha de muchos otros por mantener su identidad religiosa, cultural y política (véase la Introducción general a los libros de los Macabeos).

El autor presenta la historia de este periodo con una visión teológica, dentro del esquema “fidelidad-pecado-castigo-misericordia”. Cuando el cargo de sumo sacerdote lo ejerce un hombre fiel, el templo es inviolable (cap. 3). Viene luego un periodo de decadencia y pecado que lleva inevitablemente al castigo. La fidelidad de algunos, que prefieren el martirio a quebrantar la ley, apacigua la cólera de Dios. A esto se unen las oraciones del pueblo; el Señor se aplaca, y Judas derrota a los paganos y purifica el templo. Vienen nuevas luchas con otros pueblos y nuevas victorias de Judas Tres temas principales concentran la atención: Dios, el templo, la ley.

Son frecuentes las invocaciones a Dios. Se da relieve a la santidad del templo. Los que quieren destruirlo, sucumben. Entre ellos están Antíoco IV Epífanes, Lisias, Antíoco Eupátor y Nicanor.

El autor profesa claramente la fe en la retribución después de esta vida. La esperanza en la resurrección anima a los mártires. La solidaridad con el pueblo no se rompe con la muerte.

Se recalca la importancia de la observancia fiel de la ley.

Fundamentalmente es una obra de historia, pero no en el sentido moderno, sino que los datos reales son transformados en símbolos que sirven de enseñanza. De ahí que los personajes aparezcan con rasgos ejemplares; seres sobrehumanos intervienen para ayudar en los momentos de crisis. Los discursos que aquí y allá aparecen en la obra, tratan de conmover al lector. Las gestas exageradas pertenecen a esta manera propia de narrar. El estilo es retórico, ampuloso, rebuscado, de acuerdo con los usos de la historiografía de aquel entonces.