Padre Tomas Del Vall & Su Santidad Juan Pablo II, Rome Nov 98

Los Papas y El Santo Rosario



Juan Pablo II:
Meditar el Rosario

Meditar con María los misterios de la Redención rezando el Rosario (Homilía pronunciada durante la Misa para las Asociaciones y Movimientos marianos en la plaza de San Pedro, 2 de octubre de 1983).

El saludo del arcángel Gabriel a María

1. “Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo aquél...".
Angel Anunciando a Maria Hoy, primer domingo de octubre, os saludo a todos los miembros de los Movimientos marianos, devotos del “Saludo del Ángel" que estáis en Roma con ocasión del Jubileo extraordinario de nuestra Redención. El Evangelista Lucas dice que María “se turbó" ante las palabras que le dirigió el arcángel Gabriel en el momento de la anunciación y “se preguntaba qué saludo era aquél".

Esta meditación de María constituye el modelo primero de la oración del Rosario. Es la oración de quienes aman el saludo del ángel a María. Las personas que rezan el Rosario vuelven a tomar con el pensamiento y el corazón la meditación de María y rezando meditan “ qué saludo era aquel".

El contenido arcano del mensaje

2. En primer lugar repiten las palabras dirigidas a María por Dios mismo a través de su mensajero.

Las personas que aman el saludo del ángel a María repiten unas palabras que vienen de Dios. Al rezar el Rosario, pronunciamos una y otra vez estas palabras. No es ésta una repetición simplista. Las palabras dirigidas a María por Dios mismo y pronunciadas por el mensajero divino encierran un contenido arcano.

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo...» (Lc 1, 28), «bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42). Dicho contenido está íntimamente vinculado al misterio de la redención. Las palabras del saludo angélico a María introducen en este misterio y al mismo tiempo encuentran en él su explicación.

Lo dice la primera lectura de la liturgia de hoy, que nos remonta al libro del Génesis. Aquí precisamente, en el trasfondo del primer y al mismo tiempo original pecado del hombre, anuncia Dios por primera vez el misterio de la redención. Da a conocer por vez primera su acción en la historia futura del hombre y del mundo.

En efecto, al tentador escondido bajo forma de serpiente, el Creador habla así:

«Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya: Ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar».

La Virgen de Nazaret

3. Las palabras que oye María en la anunciación revelan que ha llegado el tiempo del cumplimiento de la promesa contenida en el libro del Génesis. Del protoevangelio pasamos al Evangelio. Está a punto de tener cumplimiento el misterio de la redención. El mensajero del Dios eterno saluda a la «Mujer»; esta mujer es María de Nazaret. La saluda en consideración a la «Estirpe» que Ella deberá acoger de Dios mismo. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra»... «Concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús».

Palabras decisivas ciertamente. El saludo del ángel a María marca el comienzo de las «obras de Dios» más grandes en la historia del hombre y del mundo. Este saludo abre de cerca la perspectiva de la redención.

No es, pues, de extrañar que María se «turbase» después de oír las palabras de este saludo. La cercanía de Dios vivo produce siempre santo temor. Ni es de maravillar que María preguntase «qué saludo era aquel». Las palabras del arcángel la situaron ante un misterio divino inescrutable. Más aún, la implicaron en la órbita de este misterio. No se puede meramente constatar tal misterio. Hay que meditarlo de continuo y con profundidad creciente. Pues tiene fuerza para llenar no sólo una vida, sino también la eternidad.

Y todos los que amamos el saludo del ángel tratamos de participar en la meditación de María. Y tratamos de hacerlo sobre todo cuando rezamos el Rosario.

Gozo, dolor y gloria

4. En las palabras pronunciadas por el Mensajero en Nazaret, María como que vislumbró en Dios toda su vida en la tierra y en su eternidad.

Pues, ¿por qué María, al oír que iba a ser Madre de Dios, no responde con entusiasmo espiritual, sino ante todo con un humilde Fiat: «Aquí está la sierva del Señor, hágase en mí su palabra»?

¿Acaso no fue porque sintió ya desde entonces el dolor acuciante del reinar «en el trono de David» que iba a corresponder a Jesús?

Al mismo tiempo el arcángel anuncia que «su reino no tendrá fin».

En las palabras del saludo angélico a María, comienzan a desvelarse todos los misterios en que tendrá cumplimiento la redención del mundo, misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. Igual que en el Rosario.

Al preguntarse María «qué saludo era aquel», parece como que entra en todos estos misterios y nos introduce a nosotros en ellos.

Nos introduce en los misterios de Cristo y juntamente en sus propios misterios. Su acto de meditación en el momento de la anunciación, abre el camino a nuestras meditaciones durante el rezo del Rosario y gracias a éste.

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